sábado, 16 de noviembre de 2013

PUNTA INDIO II

Viaje I

Viernes 25/10

Río de La Plata - Punta Indio
Preparé todo la noche anterior, quería estar seguro de llevar todo, de no olvidar nada. El sonido insoportable que me despierta a las 8:00 am, todas las mañanas volvió a sonar. Tome un toallón y me bañe, rutina.

Llegue al instituto media hora tarde, cosas de la vida, aunque siempre llegó a todas partes tarde. Trabajamos en el diseño de un afiche para una 4x4 con algunos pinceles de salpicaduras, por aquí, por allá, un collage con montañas, contraste, modos de fusión. Se terminó la clase, son las 12. Hora de partir.
Mis bolsos tienen  una particularidad, siempre son más pesados que los del resto, no lo sé,  pero siempre llevo lo mismo, a veces menos, pero el bolso, sea cual fuere este, cumple con su ley de peso, será por esto mismo que esperando el tren en la estación de Quilmes, justo cuando escucho la llegada de este, levanto el bolso del banco donde reposaba y su enganche, flexible y "duro", cedió. FUCK.

El viaje en el tren, fue diferente esta vez, siempre viajo en sentido a CABA, pero ahora me alejaba de ella, el tren tiene algo mágico, me gusta sentarme del lado de la ventanilla en dirección hacia destino. Después de la primer estación, al poco tiempo aparecieron dos señores ciegos, que se abrían paso por el pasillo del tren,  uno tomaba de la espalda al otro.  Cuando llegaron a la mitad del vagón, justo donde están las puertas de entrada y salida, uno de ellos con una armónica, comenzó a tocar una melodía triste.

El tren siguió en viaje, y me llamo la atención las columnas de un puente que nunca fue y de un trazado vial perdido en el tiempo.
Llegue a La Plata, camino hasta la estación de colectivo, que está a 4 cuadras de la estación ferroviaria, y es loco, porque tarde en llegar 15 minutos, por mi bolso roto. Son las 13.10 busco donde sacar el pasaje, veo la hora y los chicos no han llegado, entonces los telefoneo, estaban a 40 minutos y el cole salía en 20, decidí sacar el pasaje e irme solo hasta Punta Indio.
El ómnibus era de dos pisos, y me toco en el primer piso, ultimo asiento lado izquierdo, pensé Oh Dior, gracias!  si el cole se hace mierda seguro en este asiento sobreviva, pensamientos que tengo hace años después de ver destino final 2, curioso, porque es un film donde todos mueren de manera absurda y espantosa.

En el viaje le pregunte a una señora que cole tenía que tomar a Punta Indio, muy amable me respondió: uno amarillo. Durante el viaje, me dedico a arreglar mi bolso con una pinza multiuso que llevo en todos los viajes; filmar y tomar algunas fotos. Cuando llegue a Verónica al bajar del colectivo, me encontré con un colectivo viejo amarillo, parecía que se había quedado en 1991; me acerco y le pregunto al chofer, un señor de unos 40 o 50 años, rubio, ojos claros, casi calvo, que fumaba un cigarrillo muy rápido, a qué hora salía el colectivo, y me responde: subí pibe.

El cole dio unas vueltas por Verónica, para después girar a la izquierda por ruta 11, y emprender un viaje recto por un camino de conchillas y arbustos altos florecidos de un amarillo muy fuerte. que por momentos desaparecían y dejaban entrever  vacas y estancias, algunas pequeñas otras muy grandes.
El cole se detuvo en la primer parada de Punta indio: El Picaflor, cuando la polvareda descendió, estaba toda mi figura  apreciando el lugar. Mire mi celular y la señal no existía, recordé lo que había visto por Google Maps, y camine derecho en busca del hospedaje, Estancia Santa Rita, camine unos 300 metros y encontré un cartel que decía Estancia Santa Rita y una tranquera abierta, me senté debajo de un árbol a descansar. Se escuchaba el ruido de una podadora de césped. Me adentré en la estancia con la intención de llegar hasta el ruido de la podadora, acercándome a esta, vi la figura de un señor y un perro vino a recibirme con saltos y movidas de colas. El señor que me atendió no era el dueño, era un empleado, y me indico que me tenía que dirigir hasta la casa de la cuidadora para que me diera las llaves de la cabaña para hospedarme.

Más tarde, conocí a Daniel, su dueño, quien nos cobró menos de la mitad de lo que valía nuestra estadía, para ayudarnos por ser estudiantes y porque tampoco había nadie hospedado. Me comentó que la estancia pertenecía a Carlos Casares, gobernador de Buenos Aires en 1875, y que esta estancia era solo para vacacionar de vez en cuando, no era el Palacete donde el gobernador daba fiestas. La estancia tiene una caballeriza grande, convertida en dormís en su primer piso, y salón de eventos en el segundo. Capilla, un museo, restaurante, cabañas y  varias hectáreas de parque.

Cabaña de noche
Esperando a los chicos, me fui a pasar un rato en la costa,  había que caminar siete cuadras por el Pericón hasta chocar con el río, durante esos minutos que camine no me cruce con nadie del pueblo, al llegar a la playa me recibieron dos perritos: Priscila y Diógenes, me senté y observe el lugar, el silencio, y el ruido de las olas, hacía mucho tiempo no que escuchaba el ruido del viento entre los árboles, o el silencio que no consigue la ciudad.
Cuando se hizo la hora fui a esperar a los chicos.

Priscila

Diógenes

Sábado 26/10

Yendo hacia el Río de la Plata
El día comenzó a las 5.30, fuimos al rio, filmamos y fotografiamos, por suerte no había viento. Caminamos por la playa, encontramos unas ruinas y unos pescadores. Decidimos separarnos para explorar otras aéreas.  Con Luciana, vimos el Hotel Argentino, y decidimos cortar camino, por un sendero verde, que emanaba putrefacción. No fue fácil llegar al Hotel, el sendero era un pantano,  por momentos caminábamos sobre tierra firme, barro o despojos del rio que se acumularon formando una capa resistente que aguantaba nuestro peso, pero tenía la consistencia de un colchón inflable. Llegamos al Hotel con las zapatillas llena de barro. Cuando volvíamos después de atravesar nuevamente el pantano, nos encontramos con Manuel y Gustavo, nos hablaron de los pescadores, la historia de vida de uno de ellos y la cocaína de la cual uno había salido. Manuel nos hizo notar que el olor a putrefacción eran dos conjuntos de peces muertos, devorados por gusanos.
Nos dirigimos nuevamente hacia el pueblo, con la intención de volver a la estancia y dormir 1.30 para luego almorzar y continuar con el registro.  En el camino pasamos por un almacén, nos perseguía Ángel, a quién  nombro por primera vez, Ángel es un perro, que nos persiguió cuando volvíamos de la costa el primer día de llegada, durmió en la puerta de la estancia, aunque lloro un par de veces para que lo dejáramos entrar, al principio nos daba un poco de miedo, porque es una mole. Ángel, no es su nombre, este es Osvaldo. Cuando llegamos al almacén había un señor de unos 70 años en la puerta, acariciando un gato y, rodeado de gatos; nos pidió que echemos a Ángel, pero este no se iba hasta que cedió. Debo confesar que el señor no me cayó bien, mucha mala onda, como si no le gustaran los extranjeros del pueblo.

- Si sale mi voz, va a ser una voz lamentosa, nada más.
Por la tarde retratamos a Susana, mientras cortaba el césped. La casa de ella y su marido es de fin de semana, pero piensa quedarse a vivir en Punta Indio muy pronto. Ella aquejada por dolores, desde que viene a Punta Indio, se ha curado; porque en su jardín el pasto se quema en forma circular, ella piensa que son aros de energía, que Punta Indio es un lugar sanador. Es cierto que en el ambiente hay una energía particular, que es ayudada por la abundante vegetación, la poca población y el rio. Susana en su Jardín del Eden, tiene sapos, muchos, cada uno de ellos representa a un integrante de la familia. Uno de los sapos me llamaba la atención, estaba en el centro, reposando, con una pata sostenía su cabeza y su contextura era la de una mujer, este sapo llevaba peluca. Decidí preguntarle a Susana quién era ese sapo, lo que originó, un llanto y una larga charla sobre la historia de la familiar. El sapo era su nuera, quien le provocaba lagrimas de dolor al jardín El Edén.

Por la tardecita Gustavo partió a Lobos a votar, nosotros, que volvimos a ser tres, fuimos a Lo de Ale, a comer helado, después cenamos y por último antes de dormir, se me ocurrió hacer un intento de astrofotografía que terminó en fracaso, pero nos quedaba una idea por realizar, los flashes, decidimos probarlos en la estancia. Ordene nuevamente mis cosas, para no olvidar nada antes de partir, dormimos y al otro día nos despertamos y nos fuimos a votar. 

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